La calle Santo Domingo de Guzmán es de los pocos testimonios que nos quedan en la capital de lo que fue el Valladolid medieval y renacentista, una ciudad conventual de calles estrechas, silenciosas y llenas de tapias.

Hoy en día parece imposible imaginar que se permitiera edificar un edificio de cuatro plantas en esa localización salvo al retrotraernos a los años 70 en las postrimerías del desarrollismo que asoló el patrimono histórico de Valladolid.

Es por ello que resulta de justicia valorar la sensibilidad con la que el arquitecto proyectó este edificio, retranqueándolo de manera exquisita mediante un jardín privado, delimitado de la calle por una tapia por la que el peatón apenas percibe lo que hay detrás.

El edificio está configurado con pequeños apartamentos que vuelcan hacia ambas fachadas, a los que se accede por un pasillo central a través del núcleo de comunicación. En los dos últimos niveles, arropados por la cubierta del edificio, se desarrollan tres áticos en dos alturas, con terrazas ajardinadas y volúmenes interiores relacionados entre sí a través de dobles alturas.

El aspecto exterior del edificio completa la intención del autor de mimetizarlo con el entorno, a través de distintos juegos de aparejos de fábrica, aplacados de piedra de Ávila y el uso de cerrajería metálica, propia de una recreación contemporánea de la construcción vernácula.

Fotos cortesía de p. guillén y kikeconk

Plano extraído de la Guía de Arquitectura de Valladolid