¡Qué difícil!, Mariano Benito

¡ESCRIBIR SOBRE ARQUITECTURA DE VALLADOLID!

¡Qué difícil!

Ya lo es hacerlo sobre Arquitectura; algo que no sabemos si se debe definir como una de las Bellas Artes, como la forma de cubrir una necesidad humana que se complica cada vez más o, en el peor de los casos, como un campo de cultivo de la especulación y corrupción que tan de moda están desde hace siglos.

Hacerlo sobre la Arquitectura de Valladolid, además de merecer todos los calificativos anteriormente expresados, se me antoja arriesgado.

En cualquier caso, prefiero hacerlo una vez concluida la Semana de la Arquitectura durante la que hemos tenido oportunidad de disfrutar de excelentes artículos que nuestros más animosos y aplicados colegas han publicado y por los que públicamente expreso mi admiración y gratitud.

Decido escribir pasado ese necesario momento de exaltación para no erigirme en su aguafiestas, ya que con independencia de los valiosos ejemplos citados en los escritos antedichos y otros más de los que en algún momento hablaremos, estamos en un tiempo en el que de forma generalizada miramos hacia atrás. Nos da miedo valorar la “Creación Artística” que a menudo se ve vilipendiada por quienes prefieren no arriesgar (es la historia más frecuente del Arte que casi siempre ha sido reconocido con posterioridad) y además es triste observar las innovaciones gratuitas y el mal trato que la arquitectura vallisoletana recibe tanto de las autoridades que deberían protegerla como de la sociedad, deficientemente informada, que otorga esos puestos de responsabilidad.

Basta pensar en algunas de las intervenciones de los últimos años entre las que me permito otorgar un puesto privilegiado a la que llamaría “Burbuja del Milenio” (por no personalizar) o desafortunados intentos de continuar el expolio y demolición de nuestra menguada arquitectura histórica como el Atrio de la Catedral, para entender de qué estoy escribiendo.

Salvo algunas honrosas excepciones la arquitectura al uso es la de copia y pega y si se parece a lo “antiguo” tiene mayores probabilidades de recibir los parabienes de gran parte de la población que si se trata de las citadas excepciones que “no pegan” con lo que hay. En definitiva, ni lo de antes ni lo de ahora.

Mientras todo esto ocurre, el debate general se centra en “las competencias” y como no es baladí, no me resisto a dar mi opinión aunque más de uno la pueda considerar confusa (yo también).

Al respecto, la frase más esclarecedora la oí, ya hace tiempo, de boca de un ingeniero que se quejaba de que en una explotación agropecuaria él podía proyectar todas las construcciones (que alcanzaban muy grandes superficies) excepto la pequeña vivienda del guarda. ¡Qué razón tenía! Su intervención coincidía con la del ámbito de actuación del veterinario y el resto, responsabilidad exclusiva del arquitecto, se correspondía con la habitada por el único mamífero cuyo cuidado está reservado al médico. ¿Algo que objetar? Siempre he defendido que el que quiera hacer Arquitectura debe hacer Arquitectura, es decir, estudiar la carrera de Arquitectura.

El problema surge cuando tratamos de establecer el alcance de la carrera de Arquitectura, es decir de aquello que se supone que nos debe hacer “competentes” para hacer Arquitectura.

De unos años acá y al tiempo que la tecnología coge peso en los edificios, los sucesivos planes de estudio van recortando el peso de las materias técnicas en nuestras escuelas.

Si nosotros mismos que nos consideramos los profesionales mejor capacitados para esta tarea, somos incapaces la mayoría de las veces de alcanzar los niveles de calidad, en todos los aspectos, que pretendemos, no parece de recibo esperar que puedan hacerlo mejor otros técnicos (también humanos e imperfectos) cuyos estudios reglados van dirigidos a otras competencias. En esto es fácil que estemos más o menos de acuerdo. Posiblemente surja la polémica entorno a la responsabilidad que creo que deberíamos asumir para evitar argumentos a quienes mantienen tales pretensiones basándose en la evidente disminución de la formación técnica en nuestras escuelas y en nuestra actitud pasiva, como colectivo, ante la prepotencia de las grandes compañías poniendo cables y cajas de cualquier manera en las fachada, así como de la absurda y en ocasiones peligrosa “distribución” de mobiliario urbano (donde caiga) que parece ignorar tanto las normativas de accesibilidad y seguridad como las restrictivas limitaciones del PCH. Son muchos frentes abiertos pero no creo que debamos abandonar ninguno.

Volviendo a la “Arquitectura en Valladolid” y para finalizar, hace un par de días, el 17 de octubre, he visto cómo los escaparates diseñados por arquitectos son “valorados” por alguno de los que han recibido “gratuitamente” el trabajo de un profesional… En efecto; tal como lo imagináis: aquello que no les ha costado dinero se puede tirar inmediatamente. Me temo que actuaciones tan bienintencionadas como ésta no van a contribuir a que la sociedad nos valore y respete.

Como ya me he enrollado demasiado, lo dejo aquí esperando que os mojéis y asumiendo el riesgo que supone escribir de ARQUITECTURA y entendiendo que, lamentablemente, estos derroteros pueden afectar a la Arquitectura de Valladolid (actual y futura).

¡Tarde y pasándome de palabras! Os pido disculpas.

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